(Colección Carmen Thyssen-Boremisza)
Junto con Alexej von Jawlensky y Marianne Werefkin, Gabriele Münter y Wassily Kandinsky exploraron la antigua ciudad de Murnau, a orillas del lago Staffelsee, con su importante mercado, como tema para sus cuadros durante el verano de 1908.
«Fue una época creativa maravillosa, interesante y feliz en la que discutíamos mucho sobre arte», recordaría Münter posteriormente. «Todos nos esforzábamos mucho y todos maduramos [desde el punto de vista artístico]. Yo hice montones de estudios. Hubo días en que hice cinco estudios (sobre cartones de 33 x 41 [cm]), muchos en los que hice tres y unos cuantos en los que no pinté nada. Todos trabajamos mucho».
El cuadro "Las escuelas, Murnau", al coincidir sus medidas con los que Münter identificó, es uno de los frutos de aquellos radiantes días de verano. Münter escribió con lápiz sobre la pintura todavía fresca la fecha «27 VIII» (27 de agosto [1908]) y la cifra romana «IV» para identificar el número cuatro de los estudios que hizo aquel día. Es posible que el número adicional «18» que figura a la derecha haga referencia al número total de cuadros pintados en Murnau hasta aquel momento.
El cuadro marca la transición definitiva de Münter desde su obra más temprana derivada del Impresionismo hasta el Expresionismo que ella, Kandinsky y Jawlensky desarrollaron aquel verano en Murnau. Lo que se representa es uno de los edificios más grandes y vulgares de Murnau, en una composición engañosamente sencilla, con no más que ocho elementos de planos escuetamente yuxtapuestos, que se distinguen por su color y su perfil. Los colores aparecen en grandes masas lisas, relativamente poco matizadas, animadas de tanto en tanto por pequeñas pinceladas de brillante e intenso colorido. La sencillez, la reducción y el equilibrio caracterizan esta obra. No obstante, como antítesis de estos principios compositivos, las anchas pinceladas, la pintura diluida, las formas abocetadas, las zonas de cartón sin cubrir, todo ello apunta a un rápido proceso pictórico, una especie de creación automática que sumerge la consciencia en un acto intuitivo de creación de imagen. «La mayoría de mis mejores obras las pinté rápidamente y sin hacer correcciones», escribía Münter en los últimos años de su vida, «como si se pintaran solas». Pero esta aparente naturalidad era algo buscado y cultivado.
Son múltiples las fuentes del nuevo planteamiento de la pintura que Münter halló en Murnau. Por una parte, los efectos ya anticipados de sus propias creaciones en grabados que aquí exploró en pintura. Pero también se detectan los antecedentes de las obras de Paul Gauguin y Vincent van Gogh en la composición y el uso de grandes masas planas de color perfilado; se podría decir que el sentido cromático de Edvard Munch inspira la utilización del color de Münter; y también le sirvió de modelo el ejemplo fauvista de Henri Matisse. La complejidad de los vocabularios modernistas que incidieron en Münter se incrementó todavía más cuando descubrió el arte popular bávaro de la pintura sobre cristal, que utiliza recursos formales similares. Münter, ecléctica en sus planteamientos, consiguió la originalidad de su estilo personal en el ambiente de las callejuelas de Murnau, sus apiñadas casas que tapaban la vista de las cercanas montañas, sus jardines y prados que insertaban la naturaleza en el entorno geométrico de las moradas humanas.«Tras un breve período de experimentación», recordaba en su diario en 1911, «di un salto trascendental [en Murnau], —pasando de pintar del natural, de una manera más o menos impresionista, a sentir que había un contenido [y] a abstraer, a representar un extracto». En Murnau desarrolló en el espacio de unas semanas, entre agosto y septiembre de 1908, su estilo expresionista de madurez.
(Reinhold Heller. Texto extraído de la página web del Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid)
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